La imaginería en la Historia

por | 22 de noviembre de 2010

En el panorama de la escultura mundial, la imaginería es frecuentemente olvidada o relegada a un segundo término, cuando en realidad forma parte del global mundo artístico y simbólico de la historia. La escultura religiosa Barroca, por ejemplo, ofrece una tendencia muy clara y general.

Se desentiende de los anteriores acentos de Renacentismo, para realizar pura y simplemente la calidad humana con acentos patéticos. Ello es característico de la sensibilidad del Barroco, que huye de las formas clásicas, de invención humana, y se emociona con las formas llameantes y las visiones de la muerte, la miseria, el heroísmo y la gloria. La transición de la muerte a la gloria está representada por las escenas de martirio manchadas de sangre. Jamás se hizo una escultura que de modo tan directo se dirija a promover y evocar el sentimiento. Valladolid y Sevilla fueron sus dos grandes focos, aunque es típica de toda España, que sentía entonces una emoción fervorosa ante las exultantes manifestaciones externas de religiosidad. En Sevilla por ejemplo, hay los imagineros más importantes todavía hoy.  En veras, no es difícil encontrar talleres de Imaginero Sevilla.
La cima de la escultura religiosa sevillana del siglo XVII la ostenta un gran escultor que fue amigo de Velázquez, Juan Martínez Montañés, nacido en 1568 en Alcalá la Real (Jaén), pero formado en Sevilla. Entre sus crucifijos es famoso el que el arcediano Vázquez de Leca regaló en 1614 a la Cartuja de las Cuevas, y que se guarda hoy en la sacristía de los Cálices de la catedral; otra imagen suya muy importante es el Nazareno, con la cruz a cuestas, el Señor de la Pasión. Pero Montañés realizó otro tipo de obras en talla, como el retablo de Santiponce, y, entre sus imágenes de la Virgen, sobresale su Concepción, de la catedral sevillana.
Discípulo de Montañés en la escultura, y en pintura de Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, fue el granadino y polifacético Alonso Cano: arquitecto, escultor y pintor. Nació en 1601 y murió en 1667; fue rigurosamente contemporáneo de Velázquez y de Rembrandt.
Hacia los cuarenta años se consagró, sobre todo en Madrid, a la pintura, y regresó a su patria chica en 1652. Quizá la visión de obras de arte, en la capital de España, habría madurado y aireado su talento, porque las esculturas posteriores a su estancia en Madrid muestran, en todo caso, una amplitud y una independencia de lo que anteriormente hiciera; por ejemplo, los magníficos bustos de Adán y Eva y la pequeña y deliciosa Inmaculada, en la catedral granadina. Se trata, en general, de pequeñas imágenes con las que crea tipos nuevos, con un equilibrio armónico entre el idealismo y el realismo. Por excepción en esta clase de artistas, esculpió también en piedra.
Discípulo de Cano fue Pedro de Mena, granadino también, nacido en 1628. Mena entalló el coro de la catedral de Málaga, para la que realizó el bello medallón en relieve de la Virgen con el Niño.

Tallista refinadísimo e inspirado fue también Pedro Roldan, antequerano, pero que trabajó en Sevilla. Suyo es el magnífico retablo mayor de la iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla. Su hija Luisa (apodada La Roldana) fue tallista e imaginera con un estilo de graciosa femineidad.

Sin embargo los sujetos mas esculpidos en la imaginería son los Cristos y las Virgenes con Niño.

Los Cristos. Parece que la representación de Cristo en la cruz es de origen bizantino, donde se comenzó a representar así para explicar la naturaleza divina de Cristo en tiempos de las primeras herejías sobre el tema.

La figura del crucificado en madera del periodo románico clásico hereda del modelo bizantino su profundo simbolismo de divinidad. Se trata de expresar la victoria de Cristo sobre la muerte y, de paso, la salvación de la humanidad. En la foto adjunta se muestra el Cristo de Torres del Río (Navarra).

Para ello, el cuerpo reposa sobre la cruz mediante cuatro clavos, adoptando una estructura simétrica y perpendicular con los brazos extendidos horizontalmente y el cuerpo vertical sin distorsión alguna salvo una ligera flexión de las rodillas. Los pies se apoyan sobre el “suppedaneum”. La anatomía es esquemática, y su cuerpo es parcialmente tapado mediante un lienzo anudado a la cintura que llega hasta las rodillas, llamado perizonium.

El rostro de Jesús es tallado con los ojos abiertos -vivo- o cerrados, pero en ambos casos con expresión de absoluta serenidad. Mira al frente o tiene la cabeza ligeramente inclinada a su derecha. Puede llevar corona o diadema como símbolo de majestad.

Las Vírgenes con Niño. La Virgen no suele representarse sola sino, únicamente, junto a Jesús, como Madre de Dios (Theotokos). Una de las representaciones más frecuentes de la imaginería románica en madera, como hemos visto, es el grupo Virgen – Niño, aunque coloquialmente se las conoce como “vírgenes románicas”. La devoción mariana es cosa fundamentalmente del siglo XII. En España son los monasterios cistercienses y premostratenses los que más hacen por su veneración.

Las primeras manifestaciones de “Vírgenes románicas” son las del tipo Sedes Sapientiae o Trono de la Sabiduría, de tradición bizantina. En estas representaciones la Virgen se convierte en el trono viviente de Dios.

Para ello, se empleaban dos bloques de madera. Uno para la Virgen y el otro para el Niño.

Las esculturas son completamente simétricas y frontales, donde el hieratismo simbólico del románico se expresa con toda su fuerza. El rostro de ambos es solemne y serio, y en el caso de Jesucristo su carácter infantil es mitigado por unos rasgos propios de una persona de mayor edad, lo que le confiere el aspecto formal de su naturaleza divina, pleno de sabiduría. María alberga a su Hijo en el regazo sin mayor contacto ni comunicación, ya que sus brazos se colocan en ángulo recto separados del cuerpo del Niño, simulando los reposabrazos de un trono. En ocasiones la mano derecha de la Virgen lleva la manzana del Paraíso.

Jesús es representado también frontalmente, con su mano derecha bendiciendo y la izquierda portando los Evangelios o una bola. Nada hace suponer una relación maternal/filial entre ambos ya que lo que se persigue es la representación serena y profunda de su divinidad.